Una de las constantes que nos caracterizan a los humanos es nuestro eterno afán por desvelar los misterios de todo lo que nos rodea. Necesitamos saber cómo funcionan las cosas porque el conocimiento mejora considerablemente nuestra capacidad de adaptación, que es otra de nuestras caracterísiticas principales. Hasta no hace mucho tiempo encontrábamos explicación a muchos y diversos fenómenos en la aplicación de los principios mecanicistas newtonianos y descartianos, intentábamos comprender el sentido de un “todo” mediante el análisis profundo de sus partes. Esta visión mecanicista del mundo permitió, sin duda, grandes avances técnicos y científicos durante muchas décadas, hasta que se comenzó a poner en entredicho el principio de causalidad absoluta. La teoría de indeterminación de Heisenberg terminó de dar la puntilla al mecanicismo como única vía de comprensión de la realidad. Con la obra de Bertalanffy y su “Teoría general de sistemas” damos un salto de nivel lógico en el pensamiento y la forma de mirar la realidad que influye todos los campos de la ciencia, desde la biología y la psicología pasando por la sociología y la economía.
Si se paran a pensar un poco, no les resultará demasiado complicado entender que las sociedades humanas son sistemas. Lo son porque están compuestos de múltiples elementos interconectados y en interacción constante, lo cual además las convierte en sistemas dinámicos. Si atendemos a la cantidad enorme de posibles resultados que surgen o podrían hacerlo de estas interacciones, caemos en la cuenta de que a la dinamicidad del sistema hemos de añadirle de forma inmanente su complejidad. Y si nos paramos a pensar en cómo las sociedades han ido evolucionando y adaptándose a las circunstancias de su medio, debemos concluir también que se tratan de sistemas adaptativos.
La sociedad es un sistema complejo.
Las sociedades son sistemas compuesto de muchos elementos – las personas y sus instituciones – los cuales interactúan entre sí. Cuantos más elementos y/o más interacciones se den entre ellos, mayor será el grado de complejidad de una sociedad. Las partes de todo sistema tienen unas determinadas características que les son propias a cada una de ellas. Los atributos de las partes de un sistema no son invariables. Además, de la interacción entre las partes de un sistema pueden surgir resultados diferentes. Los diferentes resultados generan nuevas cualidades y atributos del sistema, que además provocan que las partes del sistema actualicen propiedades y atributos que sólo son posibles en el contexto redefinido del sistema al que pertenecen. Esto es lo que se denomina “emergencia”. Ejemplo: las neuronas no tienen mente, pero nosotros sí. ¿De dónde viene nuestra mente? Emerge de las interacciones entre nuestras neuronas, nuestro cuerpo y nuestro entorno (lo experimentado).
La sociedad es un sistema caótico adaptativo.
En el contexto social existen numerosos ejemplos de “emergencias” procedentes de las infinitas interrelaciones entre los individuos que la componen y las instituciones que ellos crean (gobiernos, empresas, …) lo cual, a su vez, genera cambios en los atributos de esos actores. Pero la relación sistémica entre partes de un sistema no es siempre la misma, existen grados de interdependencia, también en el tiempo, lo que genera irremediablemente variabilidad para un sistema determinado. Es por eso que el sistema social también se caracteriza por su capacidad de cambiar de “forma” con el objetivo de conservarse viable: el sistema se adapta.
La concepción de riqueza tal y como la define Adam Smith en su obra “La riqueza de las Naciones” adolece, obviamente, de las carencias propias de la visión mecanicista desde la que el escribe su obra. Sin embargo, su definición y caracterización del comportamiento humano tanto en “La riqueza de las Naciones” como en su “Teoría de los sentimientos Morales” sí deben ser tenidas en cuenta a la hora de definir los atributos de una de las principales partes del sistema social, el hombre. Yo sí creo que todo humano tiene como fin el procurar su propio bienestar, mantenerse lóngevo y entregar en herencia su dotación genética. Más que nada porque esos son los pilares fundamentales en los que se basan la mayoría de los seres vivos sobre nuestro planeta. El ser humano, liberado en parte mediante el uso de la razón de las servidumbres que impone la pura dinámica evolutiva, es capaz además de, mediante la innovación y el uso de la técnica, adaptarse a muy diferentes condiciones del medio, incluso a cambiar estas en su favor. Es nuestro natural, como individuos y como grupo de individuos.
La cuestión de si la riqueza sería imposible sin sociedad, lo cual implicaría que se trata de una “emergencia” propia del sistema y no del fruto del trabajo de cada uno, debe discutirse desde la perspectiva temporal aclarando qué es riqueza, cómo se genera y para qué sirve. La riqueza es ver satisfechas las necesidades de quien necesita. Para ello el necesitante puede robar, inventar, producir o comerciar hasta que obtenga satisfacción a lo que quiere. De este modo, riqueza en el mediterráneo neolítico era tener obsidiana, hoy tener casa, coche, hospital cercano, escuela y cuenta bancaria saneada. Son pues el robo, la invención, la producción o el comercio de bienes los que generan satisfacción, los que generan riqueza. Y esas son acciones humanas, de las personas. Pero es cierto, de esos procesos de interacción nacen “emergencias” nuevas, que redefinen el sistema: seguridad, ley, poder, …y nuevas necesidades! Una de las razones fundamentales por las que los humanos vivimos en sociedad (mas allá del hecho innegable de que somos un animal social) es la de la protección. Es más fácil robar en grupo que hacerlo en solitario. También defenderse de atracadores es más sencillo si somos numerosos. Es más fácil proteger a nuestros vástagos y mujeres de los asaltos de otros si estamos organizados y somos numerosos. Es más fácil producir cereales si entre todos los protegemos y el comercio es menos peligroso si entre todos protegemos los caminos y rutas de los comerciantes. Pero el sistema no inventó la agricultura ni el comercio. El sistema, en su interés de autoperpetuación, facilita mecanismos que protegen esas interacciones entre las partes. Hasta el punto de que influye directamente, vía nuevas “emergencias” (cultura, estado, …) tanto en las interacciones, su forma y contenido, como en aquello que sus partes (los individuos) consideran necesario. Por eso cambia con el tiempo lo que creemos que es “riqueza” , pero no el primigenio, inmanente atributo de las partes (nosotros) que es el de la satisfacción de necesidades.
No olvidemos tampoco que la resiliencia, esto es, la habilidad de los grupos o comunidades para luchar con estreses y perturbaciones externas como resultado de cambios sociales, políticos y ambientales, depende, entre otros factores, de la diversidad. Es decir, cuanto más diferentes sean las partes del sistema y más abundantes, mayor será el número de interacciones posibles y por consiguiente mayor su capacidad de autoorganización. Sólo desde el mantenimiento de la diversidad individual es posible el desarrollo de nuevas interacciones que lleven a nuevas “emergencias”, a cambios de paradigma. No olvidemos tampoco que un nuevo paradigma redefiniría lo que consideramos necesario cada uno de nosotros, pero no nos lo proporcionaría.